miércoles, 20 de febrero de 2013


DISNEYLANDIA

Desde que me enteré que Disney había comprado los derechos para producir una nueva trilogía de La Guerra de las Galaxias, no deja de dar vueltas a mi cabeza. Ya fue bocetado en un capítulo de Padre de Familia.  Hasta que, por fin, anoche soñé con mi mundo Disney.
A las siete de la mañana, no me suena el despertador. Una bandada de gorriones silba desde el alfeizar de la ventana. La ducha es un trámite rápido y eficaz cuando esos mismos animalillos vierten con una delicadeza exquisita el agua a la temperatura perfecta. Secarme. Estar vestida. Todo sucede en una perfecta armonía.
Estoy “componiendo” una banda sonora para que una criada mayor y rechoncha me prepare cada mañana el café con leche (el humo perfila las formas de la cocina) y las tostadas (que serán con tomate, por fin). Nada de autobuses, coches de caballos, por supuesto.  Naranjas brillantes abren paso a la mañana.
Oh, Dios. Llego al trabajo donde me espera esa pérfida compañera de trabajo. Con su manzana envenenada. Su maldición que me impide cantar con mi magnífica voz de soprano una melodía que facilita la labor de todos. Las pipetas no funcionan. Todo va mal. Afortunadamente, todo termina al salir de ese castillo encantado.
Y la clase de inglés. Oh, el mejor momento del día. Un profesor despistado, calvo, con gafas repasa las formas de  expresar regret al son de una canción pegadiza. A ritmo de jazz, claro que sí. 
O, pero un desafortunado coscorrón, me deja compareciente bajo los efectos de un maléfico hechizo (¿o me he pinchado con el huso de una rueca?). En el mundo real, está a punto de amanecer cuando, por fin, un príncipe encantado (el guapo que vende pulseras en el Malecón, ups!) deshace el hechizo. Amanece un día corriente…

Nati Montes Barqueros

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