DISNEYLANDIA
Desde que me
enteré que Disney había comprado los derechos para producir una nueva trilogía
de La Guerra de las Galaxias, no deja de dar vueltas a mi cabeza. Ya fue
bocetado en un capítulo de Padre de Familia.
Hasta que, por fin, anoche soñé con mi mundo Disney.
A las siete de
la mañana, no me suena el despertador. Una bandada de gorriones silba desde el
alfeizar de la ventana. La ducha es un trámite rápido y eficaz cuando esos
mismos animalillos vierten con una delicadeza exquisita el agua a la temperatura
perfecta. Secarme. Estar vestida. Todo sucede en una perfecta armonía.
Estoy
“componiendo” una banda sonora para que una criada mayor y rechoncha me prepare
cada mañana el café con leche (el humo perfila las formas de la cocina) y las
tostadas (que serán con tomate, por fin). Nada de autobuses, coches de
caballos, por supuesto. Naranjas
brillantes abren paso a la mañana.
Oh, Dios. Llego
al trabajo donde me espera esa pérfida compañera de trabajo. Con su manzana
envenenada. Su maldición que me impide cantar con mi magnífica voz de soprano
una melodía que facilita la labor de todos. Las pipetas no funcionan. Todo va
mal. Afortunadamente, todo termina al salir de ese castillo encantado.
Y la clase de
inglés. Oh, el mejor momento del día. Un profesor despistado, calvo, con gafas
repasa las formas de expresar regret al son de una canción pegadiza. A
ritmo de jazz, claro que sí.
O, pero un
desafortunado coscorrón, me deja compareciente bajo los efectos de un maléfico
hechizo (¿o me he pinchado con el huso de una rueca?). En el mundo real, está a
punto de amanecer cuando, por fin, un príncipe encantado (el guapo que vende
pulseras en el Malecón, ups!) deshace el hechizo. Amanece un día corriente…
Nati
Montes Barqueros
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