viernes, 20 de julio de 2012

HERMANDAD DEL CALOR


Cuando el jueves 28 de junio, a media tarde, las temperaturas del centro de Murcia (creo que por nuestro querido Noroeste pasó exactamente lo mismo) rozaron los cuarenta y ocho grados centígrados, sucedió algo extraordinario en la ciudad.
Las personas que bullían por las calles experimentaron cambios en su comportamiento significativos a todas luces. El suelo irradiaba un calor seco, como si en la capa que queda justo debajo de la superficie, la lava emergiera derritiéndose por las rendijas. Los andares fueron necesariamente más armónicos. El caminar casi de puntillas hacía de los paseantes bailarines en el gran escenario de la Trapería. Tensiones arteriales modificadas a la baja hacía estos movimientos aún más armoniosos y coordinados.
Los brazos se agitaban de una manera armónica; como cisnes, los murcianos refrescaban las axilas dejando que el poco aire las alcanzara. Por momentos, las manos retiraban delicadamente el sudor de la frente. Hay un gesto que me gusta especialmente; se lo he visto a pocas personas. Retirarse en una caricia con el dorso de la mano la humedad del mentón.
Ese instrumento glorioso que es el abanico, paradigma sublime de la seducción y la coquetería femeninas, recuperó un protagonismo casi olvidado amén del infame invento del aire acondicionado. Alas de mariposas invadían Santo Domingo.
El hablar era sencillamente impensable, incluso entre los paseantes que se hacían compañía (con más distancia entre ellos de la normal). Un silencio sepulcral invadía las aceras de la Gran Vía. A veces, el resoplido que busca refresco interrumpía ese aire concentrado.
Pero la simpatía, al fin, se hizo hueco. Al bajar el Puente de los Peligros, las caras familiares que nunca me miran empezaron a buscar mi empatía con un levantar cómplice de cejas que me decía “qué calor, qué valor”.
Llámenme loca pero amo el calor.
Nati Montes Barqueros

viernes, 29 de junio de 2012

Quién fuera Choni



No seré yo quien se ría de ellas, las critique o las ridiculice. Si no les doblara la edad, sería yo la más choni del mundo mundial; una especie de nueva rica quinceañera. Todo encima, es la clave. Quizás esta década (¿cómo la llamaremos?) sea, en el sentido estético, recordada como se recuerdan los 60 o los 80. Por una moda chillona en la que todo vale y más siempre es más y mejor.
Los que pasamos la adolescencia en los 90 tuvimos una juventud básicamente sosa con el predominio del minimalismo cuya máxima expresión de color radicaba en los cuadros de las camisas de felpa. Las flores y los colores resultaban epilépticos a nuestros ojos y el unisex cubría de gris las aceras urbanas. Los pantalones eran demasiado altos y los jerséis demasiado grandes. No había formas. Todo era básicamente indefinido. Como mucho, se era grunche. No hablemos del táctel. En la cosmética, el marrón lo inundó todo y la manicura francesa era la única permitida. Bien es verdad que la moda nos define, pero también nos contextualiza en el espacio-tiempo. Si miro atrás, lo siento: todo me parecía demasiado uniforme.
Ver la muchachada actual con su colorín, su plástico, su estampado, qué quieren que les diga a mí me alegra. La moda tiene que tener siempre un punto hortera que nos obligue a arriesgarnos. De dónde nacen si no las tendencias. Ridiculizarse a uno mismo tiene tanto que ver con el desarrollo personal como lo es el aprender a leer.
 Yo reivindico desde aquí la estética choni. Bastante blanco y negro hay en el panorama actual. Ya saben: coleta tirante y alta, neón, leopardo, oro a cascoporro. Les agradezco la reconciliación con el esmalte de uñas, los flequillos y el fosforito. Más payasos me parecen algunos con chaqueta y corbata.
Nati Montes Barqueros

viernes, 22 de junio de 2012

Y FUERON FELICES…


Como estoy en edad casadera pero no lo soy, no me queda más remedio que pasar por el aro e ir a tantas bodas como sea invitada. Son actos festivos, donde grupos de personas nos reunimos a celebrar la unión de una pareja y, durante un día, nos convertimos en los mejores amigos de personas con las que, en realidad, no compartimos mucho. Esto sería una definición general. Casi de wikipedia.
Habría que añadir al párrafo anterior el tema de las mejores galas, tocado o no tocado, tacón, corbatas, etc. Verdaderamente, los matrimonios merecen tesis sociológicas más allá de las 300 palabras.
Entre las cosas que tienen en común todas las bodas está todo lo que viene después del café. El rito varía de unas a otras; así lo hacen el menú y algunas otras elecciones como cortar o no cortar la tarta. Pero, amigos, míos, algunos títulos musicales son imprescindibles en toda unión que se precie.
A ver, en un screening rápido: ¿a cuántas parejas conocen cuya canción es With or without you? Yo, por lo menos, diez. Todas ellas, se creen la más original. Qué duda cabe.
Bueno, eso para abrir el baile. Cuando las corbatas ya están desanudadas y los tacones en el maletero del coche lo que más lo peta es Follow the leader. No se entiende una boda sin este exitazo. Antes o después sonará You are all I want o Tell me more de Grease, con numerito de los invitados incluido.
El toque en español lo dará Shakira o los clásicos de la movida. Ya saben: Cien gaviotas, A quién le importa, Mediterráneo o las tres. Es opcional: El chiringuito o La barbacoa. Quizás, haya un momento de desmadre colectivo con Salta de Tequila o YMCA de Village People.
El Fary y Manolo Escobar pueden faltar. Pero, entonces, ya tampoco es lo mismo.
Nati Montes Barqueros

viernes, 15 de junio de 2012

EL DEBE Y EL HABER


Parece mentira (a mí me lo parece) pero hace ya un año que escribo para El Noroeste. Ésta será la columna número 37. Quizás sea poco tiempo y, sin embargo, ya siento que tengo deudas que pagar. Como cualquier cosa de alto valor, puede resultar difícil realizar el desembolso. Intentaré que las “letras” sean las adecuadas.
Es tan gratificante cruzarme con cualquiera de vosotros y que me digáis (por cierto, creo que es la primera vez que hablo de tú) que leéis la columna, que os gusta, que compartís mis pensamientos, que me buscáis entre las páginas de El Noroeste, que no me lo puedo creer.
Personas a las que adoro, a las que admiro, a las que respeto que se han parado a decírmelo. Que me han brindado quince segundos de su tiempo para dedicarme unas palabras cariñosas. Sé que buscáis un guiño entre estas líneas. Aquí, torpemente, lo tenéis. No hay palabras. O 300 no son suficientes. Por no hablar de las personas que no me conocían y han hecho el ingente esfuerzo (para mí lo sería, de veras) de pararse y dedicarme cualquier palabra amable. Por favor, si me cruzo con vosotros y no os devuelvo un saludo, no me lo toméis a mal. Soy terriblemente despistada.
A un amigo al que estimo muchísimo, le pedí una crítica bronca. Me dio la mejor. Algo así como: “Hombre, no es que se me salten las lágrimas, pero siempre es una columna fresca”. Muchas gracias.
Y, sobre todo, muchas gracias a los que alguna vez habéis hablado de mí a cualquier familiar mío, en especial a mis padres. Gracias por esa sonrisa íntima que me consta que les habéis arrancado. Ese es el regalo más impagable de todos.
Gracias por ser los “tontos” que leen esta columna. A vuestros pies.

Nati Montes Barqueros

viernes, 8 de junio de 2012

PERJÚMENES


A cualquiera que se le pregunte por el tema, contestará que el sentido más evocador es el olfato. A veces, abrazamos a alguien y reconocemos su olor o reconocemos su perfume en el sudor de otra persona. Por poner un ejemplo. Hasta se dice que los bebés ya identifican a sus madres a través de este instinto tan primario.
No sólo eso. Los olores nos transportan a épocas que hemos dejado atrás, como no podía ser de otra manera. Dice una amiga que una casa no era un hogar si no tenía su botella de crema suavizante Natural y un frasco de Nenuco (o de S3, añadí yo). De hecho, hace poco, siguiendo mis propios recortes, desestimé la compra del acondicionador L’Óreal e invertí dos euros en crema Natural. Parece que acabo de llegar a casa de pasar el sábado en la piscina municipal.
Yo recuerdo estar a la orilla de la piscina y oler ese olor a bronceador de zanahoria o coco que las chicas mayores se ponían sobre la espalda. Ahora, ese aroma se llama “monoï”. Yo, que siempre fui un rostro pálido, me conformaba con el factor de protección nueve mil de Vichy. Y, aún así, volvía hecha una gamba.
Como cualquiera en los ochenta, mi primera colonia fue Chispas, aunque un poco después la cambié por todo un icono de aquella época: Don Algodón. Pocas son las que no la usaron alguna vez. Hace poco deseché un frasco después de que todas mis amigas me contaran recuerdos asociados a este aroma. Luego llegaría otro clásico: Chanson d’eau (digna heredera de Eau Jeunne).
Por su parte, los chicos se hacían mayores oliendo a Massimo Dutti o, más adelante, a Sportmax. No es Chanel nº5 (o de cualquier número, como alguien dijo, metiendo la pata), pero un anciano que huele a Varón Dandy nos hace parar y dar la vuelta.
Nati Montes Barqueros

viernes, 1 de junio de 2012

PINTURA Y ESCRITURA


Amarillo, naranja, fucsia, rojo, marrón claro, marrón oscuro, verde claro, verde oscuro, azul claro, azul oscuro, morado y negro. Aprendí a ordenar una y otra vez mi caja de doce lápices Alpino. Los “cedros”, decía mi hermano. Parece que aún respiro aquel olor a madera al empezarlos. Levantarme y pedir permiso para sacarles punta. Volver a respirar ese olor a madera recién cortada en la viruta nacida sobre la cuchilla del sacapuntas.
Pero los cedros llegaron después de las ceras blandas Manley que nos ensuciaban las uñas y que permitían dibujos-garabatos (tampoco es que ahora dibuje mejor  que a los cuatro años) luminosos y brillantes. El gran enigma de aquellas cajas era para qué servía la cera blanca. ¿El gran tesoro? La cera color carne.
Pocas marranadas se nos permitían en aquellas edades. Qué pena que entonces la publicidad no dijera que las manchas ayudan a crecer. En mi clase de primero de párvulos, era fiesta oficial el día que nos dejaban la pintura para dedos. Todavía veo la palma de mi mano tatuada de color verde sobre el folio blanco y sobre el baby con mi nombre. Quizás alguna pulgada furtiva sobre la mejilla.
Con los lápices del 2, repasábamos la caligrafía de los cuadernos Rubio sin saltarnos ni un puntito. Los dedos firmemente situados sobre el palo negro y amarillo, bien colocados sobre la goma de caucho enrollada en el ápice del mismo. Porque, desde muy pequeños, hay que cuidar las formas. Bien que me la gané cuando la maestra me pilló mordiendo la punta roja de aquel Staedtler HB2.
La última vuelta de tuerca llegó con el boli Bic. Azul para escribir y rojo para corregir. Ya éramos nenes mayores. Sólo faltaba pasar de las hojas tamaño cuartilla a las tamaño folio. Pero ésa, es otra historia.

jueves, 24 de mayo de 2012




TONTO EL QUE LO LEA
La que estas líneas suscribe se compromete a ser cada día un poco más tonta que el anterior. En un mundo dominado por las certezas, donde todos –la primera yo- sabemos tanto de tantas cosas, yo prometo desaprender de aquí en adelante.
Hablar en este mundo de sabios a veces es gritar al vacío. Ya no se puede discutir o discrepar sin que el interlocutor ponga los ojos en blanco o haga algún tipo de aspaviento que te hunda en el lodo de la certeza de que para esa persona eres una completa ignorante. O lo que es peor: ese silencio cargado de vacío que estalla cuando dices la última “impertinencia”. El inteligente receptor, en estos casos, ni se molesta en discrepar. Ahí, ya no eres ni persona.
Tener ideas propias no está bien visto. Yo misma he mirado con desdén a quien no me ha dado la razón. La razón. Lo único que a veces podemos o queremos tener. Lo único que nos queda. Prometo rectificar.
Desde hoy, no quiero tener opiniones. Si soy de izquierdas, me tacharán de “roja” o de “perroflauta”. Si mis opiniones casan con la derecha, es que veo mucho Intereconomía y no pienso por mí misma.
Renuncio a cuanto opino. Si pudiera, renunciaría a cuanto sé. Lo que pasa es que mucho de lo que sé me da de comer. Agacharé la mirada cuando, a mi alrededor, los adultos sabios, vehementes y omnisapientes emitan sus sesudas conclusiones de lo humano y lo divino. Prometo volver a ser la niña que mis mayores ponían como ejemplo de prudencia. Dónde quedó…
De ahora en adelante, esta columna la firma una tonta. Si quieren seguir leyendo, ya saben: “tonto el que lo lea”.

Nati Montes Barqueros


lunes, 7 de mayo de 2012




TEMAZOS
Gracias a que tengo amigos y familiares con una memoria que no se la merecen, me estoy pasando la pre-fiesta recordando los grandes éxitos del 2 de mayo. Me explico: esas temazos de charanga que invaden –cada vez menos- las calles de Caravaca esa mañana. Cierto es que, como me han dicho por ahí, soy demasiado ochentera. Pero es que al acercarse la alborada, me veo en la obligación de repasar.
Si es que, qué quieren que les diga: una batukada animará mucho pero donde esté una charanga tocando “La Campanera” o “Paquito, el chocolatero”, pues que se quite lo demás. Ni que decir tiene que la letra de la primera empieza con “Quién te ha vestido caballo…”.
Allá, precisamente, en los ochenta, cuando no levantaba ni un palmo del suelo, fue cuando empecé a escuchar algunos de estos temas a los que entonces no les encontraba mucho sentido. Pudiera ser que no lo tengan.
Y es que escuchar la profundísima lírica de “El conejo de la Loles” me devuelve a las fiestas de caballistas con barba (ya homenajeados pertinentemente en facebook). Gracias a mi amigo JL que me ha dictado la inolvidable letra. Me ha prometido mi padre enseñarme la versión de la Irene que, al parecer, tampoco es de  desdeñar.
Soy tan idiota, que el otro día viví una emocionante regresión en el espacio-tiempo cuando una de las charangas de La Zona vino con el “A quién le importa” de Alaska y Dinarama. Ya me conocen: soy una sentimental. Sería la bomba recuperar “Macumba” o “Raskayú”.
Mi siguiente meta es cumplir la promesa que le he hecho a mi cuñada Memi: aprenderme un tema que habla de las muchas bondades de la paella. Si quieren un consejo: esquívenme si se cruzan conmigo del 1 al 5 de mayo.
Nati Montes Barqueros


YO TAMBIÉN TENGO CRISIS…
…Me bajan en sueldo, la jornada laboral. Me suben las retenciones y los impuestos. Quién fuera mileurista.
Llego tarde al trabajo por la huelga del Transporte Público de Murcia. Cuento los céntimos. A penas paseo por la Gran Vía para no caer en la tentación del consumo. Al Camino del Huerto y a paso ligero, sin caer en la tentación del escaparate.
Busco la tarifa más plana del móvil. Hace un millón que no voy al cine ni al vídeo-club. Gracias a la biblioteca y a que me quedan un millón de clásicos por ver.
No me pregunto qué escarban algunos en los contenedores de basura y me revienta ver a todos los niños de una clase con el típico disfraz comprado porque valoro el sacrificio que habrá supuesto la bromica a algunos padres.
Apago a conciencia las luces y el calentador. Me abrigo más dentro de casa. Conceptos tales como “cenar fuera”, “cumpleaños”, etc. me producen cierta urticaria.
Deliplus se ha convertido en mi marca fetén de belleza y mi supermercado de confianza es, cómo no, la nevera de la casa de mis padres. Qué mayor confianza que la que me da la madre que me parió. Anoche, entre sueños, me pregunté cuánto tiempo hace que no me depilo. ¿La peluquería? Pues puntas abiertas hasta junio, en el mejor de los casos.
A parte de la ruta Caravaca-Murcia, no se me ocurre hacer otro viaje más allá de los 300 kilómetros a la redonda y si algún amigo tiene parada y fonda allí.
¿Cómo se llama eso en lo que un señor canta y los fans lo corean? Ah, sí. “Concierto”. Quizás en 2013…
Bien dicen los chinos –y me lo recuerda mi jefe- que toda crisis es una oportunidad de cambiar.
Nati Montes Barqueros








MAFALDITA
Mafalda no contestó a la pregunta de su amigo Miguelito cuando él cuestionó dónde se rellenaban los formularios de la inmortalidad pero queda claro que ellos, finalmente, los rellenaron.
La pandilla de Mafalda está atravesando la cincuentena y no parece que se hayan desfasado mucho. Hasta los Beatles lo siguen petando (en número de descargas. Legales, claro). El sol sigue saliendo por el living, la luna está por explorar y el mundo es lo que Mafalda pintaba: un viejo enfermo al que le duele el Asia y del que todavía no sabemos el sexo. Ahora nos dicen que no es más que una bola hueca.
A parte de algunas novedades, las cosas no han cambiado mucho en estos cincuenta años. La televisión sigue siendo un bodrio con algunas excepciones. Los titulados huyen al vasto Extranjero y la amenaza nuclear no parece evanescerse jamás.
Como Felipito, siempre parece que estoy a punto de decir algo muy interesante; sin embargo, soy más de sentarme a ver la vida pasar. La pequeña Libertad se aferra a sus impertinencias para hacerse oír mientras, de vez en cuando, se tropieza con la lenta Burocracia.
No han de preocuparnos los fondos para nuestra jubilación si la Tierra es repoblada por la prole de unas cuantas Susanitas para las que le futuro perfecto del verbo “amar” es “hijitos”. Eso sí, tendremos que asumir la existencia de un capitalismo voraz en manos de ineptos Manolitos que venden pesetas a cambio de duros. Rectifico: céntimos a cambio de euros.
A veces, algún Miguelito se cuela en Intereconomía rememorando las hazañas que su abuelo le contó sobre algún dictador. Corrijo: héroe.
Y todos los cambios impuestos bajo una falsa pose de proteccionismo maternal nos asquean a muchos como a Mafaldita la sopa. Nos duele el odgullo, diría Guille.
Nati Montes Barqueros







LAS FUENTES
Cuando yo era enana, mi padre solía cogernos a mis hermanos y a mí (especialmente, los tres pequeños) y nos llevaba, cómo no, a Las Fuentes a llenar una bolsa de hojas secas o dar pan duro a los peces. Imagino que este recuerdo familiar puede ser común en muchos de vosotros. Creo que dos grandes acontecimientos de mi niñez fueron la comunión y el día que trajeron patos a Las Fuentes. Pena que un día me contaron lo del desequilibrio del ecosistema y todo eso.
Siendo ya crecidita, no faltaron ocasiones de echar merienda y llegar andando a Las Fuentes. El que más o el que menos tenía un par de amigos que sabían martillear la guitarra y deleitarnos con Nothing else matters y otros hits de los noventa. Especial mención al fin de fiesta de Santo Tomás en los años de instituto cuando nos merendábamos un bocadillo de calamares de La Esperanza.
Por supuesto que yo no, (mamá, no!), pero un buen caravaqueño, uno que se precie de serlo alguna vez habrá tenido que rendir homenaje a lo de “donde entran dos, salen tres”. Y sin llegar a esos placeres de la carne, no se me ocurre mayor momento de comunión interior que alcanzar las aguas de este pasaje, mojarse la nuca, la cara, los pies y terminar así una cálida tarde del mes de junio.
Nos hemos tumbado en la hierba, estirado los pies a la sombra de un plátano. Hemos callado y hemos charlado. Alcanzamos el Nacimiento en compañía de los amigos, de la familia o de la más absoluta de las soledades. Da igual entrar a las cuevas desde Mayrena o desde el Camino del Huerto. Da igual. Lo importante es que allí nos vemos.
Nati Montes Barqueros






MUJERCITAS
Pillé por casualidad el otro día el final de la versión cinematográfica de los noventa de MUJERCITAS, la novela femenina por excelencia. Una versión que le valió la nominación al Oscar a Winona Ryder y que tiene como Meg –la mayor de las hermanas- a una española –Trini Alvarado-. A parte de esto, mi adaptación favorita.
Debe  hacer unos veinte años que leí MUJERCITAS. Si lo pienso ahora, deduzco que podría ser en varias dimensiones una versión más americana –y, por ende, menos europea- de mi adorada ORGULLO Y PREJUICIO.  Las hermanas March, como las Bennet, no tienen un duro pero, al menos, les queda la posibilidad de algún día poderlo ganar o heredar, sin la lucha feroz de buscar un marido.
A parte del sentido práctico cabe destacar en ambas novelas la entrañable relación establecida entre las hermanas, a pesar de la disparidad de personalidades que cohabitan bajo el mismo techo; algo que remueve el corazón de las que, como yo, tenemos hermanas. Amén de la relación de amistad de Jo y Teddy.
Hay que agradecer a Louisa May Alcott su reivindicación feminista, una y otra vez vomitada en la boca de Jo (su alter-ego, creo); destacando la sentencia “Yo podría haber sido muchas cosas”; algo difícil de imaginar no ya en aquella sociedad, incluso en ésta.
No es la mejor novela del mundo; pero yo la leí con pocos años y capté el mensaje. Siempre pendientes de las grandes vidas, se nos suele olvidar la ejemplificación de otras más pequeñas y humildes. Si se me permite el ejemplo, veo más grandeza en Jo vendiendo su melena (su único encanto, en palabras de Amy) para que su madre pueda ir en socorro del padre herido en la guerra que en media docena de famosos apadrinando cualquier acción benéfica.
Nati Montes Barqueros





MEDALLITAS DE ORO
Cuesta trabajo frivolizar sobre lo que vemos en la tele con lo que nos está cayendo. Entiéndalo; sufro de ciertos problemas de atención y concentración. Tengo –convicción personal, no imposición- que evitar hablar de temas que nos arden en los ojos cada día a partir de las nueve. Intentaré pasar página.
De todas formas, la tele siempre está ahí; dispuesta a regodearse en su estupidez que es la nuestra. O no es la misma pantalla la que denuncia una generación a la que bautiza como “Ni-Ni” la que recompensa a analfabetos varios que cuanto más arrabaleros y peor cualificados están, más remuneradas nóminas tienen. Mientras personal docente, sanitario e investigador se lanza a la calle a clamar al cielo que, como siempre, mira a otro lado o lanza la pelota a otro tejado. Quién quiere sacrificarse a los 18 años en la abnegación que es una carrera universitaria ante este panorama.
Es la misma fuente de información la que habla de precariedad laboral, de millones de parados, de reformas laborales la que nos enseña un País de las Maravillas de gente que esquía en Baqueira y se inyecta bótox o un micrófono que pregunta a un señor engominado en la puerta de Gucci si se siente representado por los sindicatos. Mire usted: no.
Daré un último ejemplo. No habrán faltado las críticas catódicas a Karl Lagerfeld por decir que la cantante Adele está gorda. Me lo imagino –no lo sé-: presentadora rejuvenecida demonizando a este alemán frívolo que no ve más allá de sus narices. Otra cosa es contratar a una periodista sobradamente prepararada pero con un índice de masa corporal superior al 18 (límite del infrapeso).
No sé porque se empeñan en Francia en dejarnos en ridículo; en hacerlo nosotros mismos también somos medalla de oro. Sin dopping, claro.
Nati Montes Barqueros



CINEMA PARADISO
Hace unos años –bastantes- leí en una revista un artículo relacionado con el cine. Se mencionaba que el hecho de asistir al cine se había convertido entre los más jóvenes en un hábito de estatus. Era, entonces, una costumbre bastante extendida. Quizás, lo sigue siendo, desde luego. Pero las nuevas generaciones tienen otros divertimentos entre los que repartir su tiempo de ocio. Mención aparte, para las series.
Yo que entonces era exactamente lo mismo que soy ahora –una pueblerina mojigata, para qué negarlo- me llené de amor propio y de ese sentimiento de pertenecer a una generación que comparte algo. No sé si me explico. Los adolescentes de los 80 tuvieron La Movida; los de los 90, teníamos un millón de títulos en la cartelera.
Y eso que estábamos en la remota y fría Caravaca (punto de vista capitalino) y veíamos las películas dos meses después de su estreno, en el mejor de los casos. Pero teníamos Cine. Cada domingo, quedaba con mis amigas en el Daveli. Comprábamos el pertinente arsenal de golosinas en el Gosilandia y con un automatismo dominguero nos íbamos al pase de las 8 en el Thuiller. Muchas de esas veces, ignorantes de la película que íbamos a ver.
No hablemos de los programas del cine de verano cuando disfrutábamos de las películas galardonadas con los Óscars, de los mejores estrenos del cine español y, por supuesto, de la última película de Woody Allen. Se me vienen tantos títulos disfrutados en el fresco patio del Colegio Cervantes. Alguna vez lo critiqué. Ahora, lo echo de menos. No hablemos de lo que costaba un pase doble –que los había- porque en la Eurozona, sería irrisorio.
Quizás, algún día alguien refleje esa época. Un Cinema Paradiso caravaqueño. Presto mis memorias.
Nati Montes Barqueros

jueves, 9 de febrero de 2012

MADRE-ESPAÑOL; ESPAÑOL-MADRE

Caí en la cuenta el otro día cuando terminé de fregar cuatro vasos que estaban usados y, para mis adentros pensé: “¡Qué hermosos se quedan los vasos con el fairy!”. Me estoy convirtiendo en una madre cuando estoy a años luz de llegar a serlo. Ahora, hasta adoro el amoniaco (fan de facebook y todo). Recopilo algunos conceptos compartidos con mis amistades.
Y es que ya vamos utilizando las mismas expresiones que ellas utilizan. Por ejemplo: de un tiempo a esta parte para mí las personas ya no son “simpáticas”, son “cariñosas”. Y, a veces, me quedo clisá, cuando antes me hubiera quedado dormida. Nena, se conoce que pegado un salto cuantitativo en el tiempo.
En el idioma de las madres, a veces intraducible y difícil de interpretar,  tanto dan los eufemismos (“Está estropeá”) como las palabras más crueles del mundo (“Te habrás visto bonica enseñando el culo…”). Y si Madre te dice algo hiriente, no debes olvidar –ya se encarga ella de recordarlo- que quien bien te quiere, te hará llorar.
Pero los mensajes son altos y claros: “Lo digo yo. Y punto”. No hay personaje más conciso y directo en el teatro del mundo que Madre: se come “comida”, por ejemplo. Y esta concreción, a mí por lo menos, me ha ayudado a desarrollar una imaginación desbordante que necesariamente aumentaba cuando se me ordenaba sacar “el ese que está encima de la esta”. Y todavía no he mencionado la palabra más gráfica del mundo mundial que es “sollamá” (dícese de la croqueta, empanadilla o frito en general negro por fuera, crudo por dentro).
Años atrás, cada mañana me cambiaba de muda (como proyecto de artrópodo) y me vestía con un hatico limpio. Mención aparte merecen exclusivos tratamientos médicos. Pero temo sobrepasar las 300 palabras de rigor.

AMIGA INVISIBLE

Queridísima Incógnita:
Te debo tantísimas palabras que es infame ceñirse a 300.
Tantos años juntas. Ni me acuerdo cuándo te conocí. Formas parte de mi imaginario infantil como las natillas, el colegio o un pasodoble cristiano que se llama “Segrelles”. He jugado tanto contigo bajo la mesa de la cocina, que todas mis confidencias son más tuyas que mías propias.
Entonces eras mi alumna, la otra niña que volteaba la comba (atada a una silla) a una saltarina perfecta, mi rival en las cuatro en raya, la ficha verde en la oca o mi vecina preferida que tenía un niño que se portaba muy mal.
En la oscuridad de la noche, te contaba mis problemas y tu voz vacía me revelaba que no había de qué preocuparse mientras que el aire de una caricia me cruzaba la cara secando mis mejillas.
Tuviste tantos nombres y caras. Estabas en tantos lugares y ocasiones. A veces, me he enfadado contigo pero, entiéndelo: es que herías mis sentimientos de veras.
Me hice mayor y la vida social creció en detrimento de ese extraño Yo que habita en los niños pequeños. Pero tú seguiste a mi lado. Si lo pienso, eres mi amiga más fiel.
A veces me pones a dieta o me dices que una onza de chocolate no puede hacerme daño. Los humanos somos así; incluso los imaginarios. Igual me das la razón que te enzarzas conmigo en la discusión más cruenta. Y nos hacemos daño. Tú a mí y yo a ti.
Ayer me crucé contigo. Me mirabas frente a frente al otro lado de un escaparate mientras una dependienta le quitaba las medias a un anoréxico maniquí. Fue entonces cuando supe que te echaba mucho de menos. Aquí tienes parte de lo mucho que te debo.

PEQUEÑA INICIACIÓN AL NACIONALISMO

Pululó en facebook el lunes por la tarde. Y yo acabé deprimida. Un conjunto de directrices sobre el Buen Murciano. Y eso que vivo al lado del Segura más de doce años, los mismo que llevo cogiendo el coche de línea. Según esa entrada; más bien no soy murciana.
Qué quieren que le diga. Estropear una exquisitez culinaria escurriéndole por encima un limón siempre me pareció una aberración; aunque reconozco que alguna de esas exquisiteces fueron “pan, pijo y habas” o las migas sacrosantas de los días de lluvia. Digo “leja”, pero no suelo quedar en ningún picoesquina pues es más del gusto caravaqueño quedar en Rosendo, en el San Juan o en Correos. Prefiero el mazapán de Moratalla (octava maravilla del mundo) por encima de los paparajotes, aunque jamás pierdo ocasión de echar una oliva a una caña de Estrella. Y, aunque he estado en el Bando de la Huerta, creo que nunca lo he disfrutado como disfruto La Campanera a las 9 de la mañana en el Templete un 2 de mayo (ni hablar de suspender porque llueva).
Es cierto que no pronuncio la “s” final pero también es verdad que suelo confundir la “r” con la “l”. Enseñé a mis compañeros de carrera qué era un “cibloc” y que yo tenía “bambas”, no “bambos”. A parte de otros vocablos propios de las Tertulias Festeras como “enjaezamiento” o “festódromo”.
No me gusta bañarme en el Mar Menor, qué le vamos a hacer, pero déjenme sola en Las Salinas de San Pedro. Por cierto: el Castillo es el Castillo y no el Santuario y a Las Fuentes del Marqués no sólo se va a entrar dos y salir tres. Maravilla de otoño.
Con esto concluí que no era murciana. Ante mi desesperación exclamé: “Hay que joderse y mear a pulso”.

Estimada Señorita Austen

Tengo una deuda pendiente con usted y usted, no mire hacia otro lado, la tiene conmigo. Otras insensatas como yo le habrán escrito líneas parecidas. Somos muchas las que tenemos esta deuda.
Desde que la descubrí, ya entrada en mi edad adulta, mi educación sentimental, si la tenía, ha cambiado radicalmente. Como le digo, la descubrí tarde; pero si lo hubiera hecho antes, quizás mi ya inocente y extravagante carácter hubiera sido alimentado con demasiada fantasía. Ésa es su deuda conmigo: tanta confusión.
Estaba convencida de que el amor era una rareza; que la vida real se regía por taciturnos acuerdos establecidos entre personas que se atraen, poco más. Un privilegio no reservado para mí, no dispuesta a ceder al convencionalismo imperante. Entonces llegó usted a mi vida.
Usted me enseñó que había historias tormentosas, difíciles e impedidas por un mundo cargado de prejuicios que se llevan a cabo superando todas las dificultades. Retrata usted a las personas a través de sus actos, no con una fría descripción de tres hojas. Sabemos que el Señor Collins es un patán por su palabrería, su falsa adulación y erróneo sentido de la calidad humana. Lo que se dice un trepa. O define la inteligencia de Emma a través de su independencia y la claudicación en los propios errores. Por poner dos ejemplos de lo que una no quiere ser y de lo que aspira a parecerse. Quizás, debería tomar como ejemplo la bondad de Jane Bennet.
Pero, sobre todo, mi deuda con usted tiene nombre propio: Fitzwilliam Darcy. A veces he pensado que Dios inventó a Collin Firth sólo para que hubiera alguien capaz de interpretarlo. Gracias por su perfección, por su bondad, por su corrección. Por ese conjunto de cosas que suenan a denostadas en el Varón Contemporáneo. Gracias. De vez en cuando, vivo cinco minutos en los que recupero mi fe en el género masculino. Ojalá fuera Elisabeth Bennet. Como mucho, una Marianne Dashwood de segunda.