lunes, 26 de septiembre de 2011

COSAS QUE YA NO EXISTEN…


…y que al menos yo o alguien de mi alrededor echamos de menos:
1.     El flash de diez (es decir: un polo de bolsa de dos duros).
2.     Chicles de Chabel, La Barbie, Candi-Candi o cualquier heroína femenina que venían con cromos para coleccionar.
3.     Juguetes típicos del verano como la bola loca, el freesbee, el boomerang, etc.
4.     Concursos de la tele en los que participabas mandando códigos de barras.
5.     El almendra-cao, que no lo conocí y todo el mundo dice que era un manjar.
6.     Bocadillos de tulipán con azúcar. ¿Quién inventó el colesterol infantil?
7.     Las canicas.
8.     Macetas que eran una cara y sólo les crecía el césped por la parte de arriba como si fuera el pelo.
9.     Edredones estampados con rayajos chillones que gracias al programa Qué vida más triste han vuelto a nuestras retinas.
10.  El Coyote, que era un polo de chocolate y vainilla de La Jijonenca, el Camy-Rock, el Frigo-Dedo y el Frigo-Pie.
11.  Pósters en las paredes.
12.  Las adolescentes que se cubrían el incipiente pecho tapándoselo con la carpeta al salir del instituto.
13.  Los adolescentes que no se subían la cremallera de la cazadora o sólo se abrochaban el primer botón.
14.  Niños que se iban a jugar al fútbol a las pistas.
15.  Programas de la tele en los que salían cantantes y grupos.
16.  Escándalos de los de verdad. Del tipo “Sabrina ha enseñado una teta en la tele” y no el caso Malaya.
17.  Fiestas de cumpleaños en la cochera del homenajeado.
18.  Libros de texto heredados donde descubrías quién le había partido el corazón a tu predecesor. Generalmente y para hacerlo más interesante: tu hermano o vecino.
19.  Días de los Reyes con toda la chiquillería en la calle disfrutando sus regalos.
20.  Pasar delante de un colegio y oír al unísono veinte flautas dulces. Tocando, si puede ser, “Noche de paz” o “Amigo Félix”.
21.  Chándals de táctel (gracias, Suny).
22.  Parches en la ropa y en los ojos de los niños con ojo vago.
23.  Ir a hacer visitas en navidad y que te inviten a licor-café.
24.  Muñecas recortables.
25.  Niñas bonitas que hacen coreografías para la función de fin de curso. Si es con la música de Grease, mejor.
26.  Madres que se asomaban a la puerta de casa o a la ventana y gritaban el nombre de algún hijo pródigo porque ya es hora “de recogerse”.
27.  Cintas de música (los cassettes) y pedirle a algún amigo que te grabara alguna.
28.  Los anuncios de Mayoral. Todavía decimos “hace amigos”.
29.  Ajustes de cuentas “a las 5 en la repla” (foro de diálogo de los alumnos de “La Santa Cruz”) y no increparse en el feisbuc.
                 30. Niños sucios que vuelven de jugar a casa para hacer los deberes.

COSAS QUE YA NO EXISTEN…


lunes, 12 de septiembre de 2011

TENDENCIAS


Creo que fue Coco Chanel, que algo del tema entendía, la que dijo que “Todo lo que está de moda se pasa de moda”. A lo que alguna vez hemos tenido que añadir: “Gracias a Dios”. Y no hay más que echar un vistazo a alguna película de los 70 o los 80 (que no sabemos qué es peor). Y eso que las tendencias van y vienen y cualquier trapito catapultado al olvido puede ser de repente lo que se dice un must.
Pero dejando los trapos a parte, si alguien hubiera guardado en una caja todas aquellas “cosas” (empleemos este concepto tan general) que alguna vez estuvieron de moda en una caja; la caja tendría que ser necesariamente grande.
¿O es que no se acuerdan del programa Costa Cálida con todos los bañistas del Mar Menor luciendo una especie de cilindro que se abría y valía para guardar el dinero? Qué útil hubiera sido para el móvil.
Retumba en mis sienes un jingle que decía “Toca madela, toca madela”. La moda de aquel verano fueron los chinitos de la suerte que, según el color del chaleco, te la proporcionaban en las tres cosas que hay en la vida: salud, dinero y amor. El mío tenía el chaleco azul. No acierto a adivinar en qué me trajo suerte, la verdad.
Luego, mi hermano aprendió a hacer pulseras con macarrones de plástico. No faltaba quien cogía una caja de la fruta y hacía negocio montando su propio puesto de pulseras en la puerta de su casa.
Pero dejar las cosas así no tenía mérito. A la moda, hay que rodearla de cierta leyenda negra –verdadera o no-. Y si ahora los expertos juran que los tacones de 10 centímetros le producirán a Letizia (oh, Letizia) lesiones incurables y que los hongos de las sandalias de los chinos nos van a pudrir los pies, los “expertos” de entonces (vamos, nosotros mismos) hacíamos correr los peores rumores de aquellas tendencias. ¿Por qué lo haríamos? ¿Seríamos precoces anti-sistema?
El verano de las olimpiadas, algunos se lo tomaron especialmente en serio. Y, si no iban a ganar el oro, pues decoraban el cuello con mil chupetes de plástico transparente de colores. Un plástico maligno que interaccionaba con los rayos del sol produciendo quemaduras muy, muy graves. A la prima de no sé quién, que vivía no sé dónde, le había pasado. De verdad.
No citemos a las cartas de olor –nunca las rellenamos- que intercambiábamos con nuestras compañeras de cole. El polvo que las perfumaba era un potente narcótico, o producía adicción, o irritaban los ojos. Resumiendo: que las drogas son muy malas.
                Esto lo que se dice deseandico que alguien diga que esos tubos llenos de un líquido neón que dan en conciertos y saraos en general producen gripe A de la peor y los retiren de una puñetera vez. ¿O le gustan a alguien?

viernes, 2 de septiembre de 2011

BARCO DE VAPOR


Casi por inercia, todas las generaciones nos creemos mejor preparadas que las que nos suceden. Comparándonos con nuestros menores, tendemos al terrible pecado de la soberbia y al complejo de superioridad. La única expiación posible es que, como miembros a nuestra vez de una generación menor que otras, también hemos sido víctimas de tan errónea comparación. Esto se verifica, además, como error cuando las estadísticas siguen diciendo que se compran más libros de los géneros infantil y juvenil que de todos los demás.
Un columnista de renombre dijo una vez (lo voy a parafrasear, no a citar textualmente) que no haber leído El Conde de Montecristo era de ser un idiota (eufemismo). Obviamente, esa noche no dormí hasta que acabe una edición de bolsillo de esta novela que pululaba por mi habitación.
Y es que aunque hay clásicos de la novela juvenil que son imprescindibles y decirlo es de una simpleza que hasta desluce lo ya deslucido entre mis palabras, mis contemporáneos estarán conmigo cuando digo que los grandes títulos de nuestra niñez nos los dio la colección “El Barco de Vapor”.
Me propongo hablar de memoria, por eso perdonen el desliz de no recordar autores. El primer libro –en serio- que leí en mi vida fue una recopilación de cuentos que se llamaba El gato Mog. Utilizar los pretéritos no es accidental; he buscado este libro –lo dejé hace años y no sé a quién- y en la actualidad está descatalogado. Eran historias tan imaginativas y bien narradas que actuaban en mi mente como potentes lisérgicos. Porque la literatura es –o debe ser- una hormona de la imaginación.
En el género epistolar, me introduje gracias a Querida abuelita, tu Susi. Lo que pasa es que las cartas que esta niña le escribía a su abuela a mi me llenaban de una extraña pena que ahora reconozco como sana envidia. Y es que nada he echado más de menos en mi vida que tener una abuela. Por eso comprendía a la perfección a la protagonista de Abuelita Opalina, que se inventó una abuela con las virtudes de todas las de sus amigas.
 “El Barco de Vapor” publica los libros infantiles gracias a los cuales comprendemos los libros que leemos de mayores. Muchos nos inicializamos en la novela humorística (e histórica, por qué no) con la saga de Fray Perico y creo que mi primer libro de autoayuda fue Un lugar para Katrin, donde una niña transformaba un gran complejo en un arma de comunicación con los muñecos de sus vecinos.
Nunca serán considerados títulos indispensables, pero a esta modesta lectora le inyectaron la adrenalina de la lectura. Ojalá esto siga ocurriendo con otros niños. Ah, y si alguna vez dan con El gato Mog, cómprenmelo. Ya les daré yo el dinero.