jueves, 24 de mayo de 2012




TONTO EL QUE LO LEA
La que estas líneas suscribe se compromete a ser cada día un poco más tonta que el anterior. En un mundo dominado por las certezas, donde todos –la primera yo- sabemos tanto de tantas cosas, yo prometo desaprender de aquí en adelante.
Hablar en este mundo de sabios a veces es gritar al vacío. Ya no se puede discutir o discrepar sin que el interlocutor ponga los ojos en blanco o haga algún tipo de aspaviento que te hunda en el lodo de la certeza de que para esa persona eres una completa ignorante. O lo que es peor: ese silencio cargado de vacío que estalla cuando dices la última “impertinencia”. El inteligente receptor, en estos casos, ni se molesta en discrepar. Ahí, ya no eres ni persona.
Tener ideas propias no está bien visto. Yo misma he mirado con desdén a quien no me ha dado la razón. La razón. Lo único que a veces podemos o queremos tener. Lo único que nos queda. Prometo rectificar.
Desde hoy, no quiero tener opiniones. Si soy de izquierdas, me tacharán de “roja” o de “perroflauta”. Si mis opiniones casan con la derecha, es que veo mucho Intereconomía y no pienso por mí misma.
Renuncio a cuanto opino. Si pudiera, renunciaría a cuanto sé. Lo que pasa es que mucho de lo que sé me da de comer. Agacharé la mirada cuando, a mi alrededor, los adultos sabios, vehementes y omnisapientes emitan sus sesudas conclusiones de lo humano y lo divino. Prometo volver a ser la niña que mis mayores ponían como ejemplo de prudencia. Dónde quedó…
De ahora en adelante, esta columna la firma una tonta. Si quieren seguir leyendo, ya saben: “tonto el que lo lea”.

Nati Montes Barqueros


lunes, 7 de mayo de 2012




TEMAZOS
Gracias a que tengo amigos y familiares con una memoria que no se la merecen, me estoy pasando la pre-fiesta recordando los grandes éxitos del 2 de mayo. Me explico: esas temazos de charanga que invaden –cada vez menos- las calles de Caravaca esa mañana. Cierto es que, como me han dicho por ahí, soy demasiado ochentera. Pero es que al acercarse la alborada, me veo en la obligación de repasar.
Si es que, qué quieren que les diga: una batukada animará mucho pero donde esté una charanga tocando “La Campanera” o “Paquito, el chocolatero”, pues que se quite lo demás. Ni que decir tiene que la letra de la primera empieza con “Quién te ha vestido caballo…”.
Allá, precisamente, en los ochenta, cuando no levantaba ni un palmo del suelo, fue cuando empecé a escuchar algunos de estos temas a los que entonces no les encontraba mucho sentido. Pudiera ser que no lo tengan.
Y es que escuchar la profundísima lírica de “El conejo de la Loles” me devuelve a las fiestas de caballistas con barba (ya homenajeados pertinentemente en facebook). Gracias a mi amigo JL que me ha dictado la inolvidable letra. Me ha prometido mi padre enseñarme la versión de la Irene que, al parecer, tampoco es de  desdeñar.
Soy tan idiota, que el otro día viví una emocionante regresión en el espacio-tiempo cuando una de las charangas de La Zona vino con el “A quién le importa” de Alaska y Dinarama. Ya me conocen: soy una sentimental. Sería la bomba recuperar “Macumba” o “Raskayú”.
Mi siguiente meta es cumplir la promesa que le he hecho a mi cuñada Memi: aprenderme un tema que habla de las muchas bondades de la paella. Si quieren un consejo: esquívenme si se cruzan conmigo del 1 al 5 de mayo.
Nati Montes Barqueros


YO TAMBIÉN TENGO CRISIS…
…Me bajan en sueldo, la jornada laboral. Me suben las retenciones y los impuestos. Quién fuera mileurista.
Llego tarde al trabajo por la huelga del Transporte Público de Murcia. Cuento los céntimos. A penas paseo por la Gran Vía para no caer en la tentación del consumo. Al Camino del Huerto y a paso ligero, sin caer en la tentación del escaparate.
Busco la tarifa más plana del móvil. Hace un millón que no voy al cine ni al vídeo-club. Gracias a la biblioteca y a que me quedan un millón de clásicos por ver.
No me pregunto qué escarban algunos en los contenedores de basura y me revienta ver a todos los niños de una clase con el típico disfraz comprado porque valoro el sacrificio que habrá supuesto la bromica a algunos padres.
Apago a conciencia las luces y el calentador. Me abrigo más dentro de casa. Conceptos tales como “cenar fuera”, “cumpleaños”, etc. me producen cierta urticaria.
Deliplus se ha convertido en mi marca fetén de belleza y mi supermercado de confianza es, cómo no, la nevera de la casa de mis padres. Qué mayor confianza que la que me da la madre que me parió. Anoche, entre sueños, me pregunté cuánto tiempo hace que no me depilo. ¿La peluquería? Pues puntas abiertas hasta junio, en el mejor de los casos.
A parte de la ruta Caravaca-Murcia, no se me ocurre hacer otro viaje más allá de los 300 kilómetros a la redonda y si algún amigo tiene parada y fonda allí.
¿Cómo se llama eso en lo que un señor canta y los fans lo corean? Ah, sí. “Concierto”. Quizás en 2013…
Bien dicen los chinos –y me lo recuerda mi jefe- que toda crisis es una oportunidad de cambiar.
Nati Montes Barqueros








MAFALDITA
Mafalda no contestó a la pregunta de su amigo Miguelito cuando él cuestionó dónde se rellenaban los formularios de la inmortalidad pero queda claro que ellos, finalmente, los rellenaron.
La pandilla de Mafalda está atravesando la cincuentena y no parece que se hayan desfasado mucho. Hasta los Beatles lo siguen petando (en número de descargas. Legales, claro). El sol sigue saliendo por el living, la luna está por explorar y el mundo es lo que Mafalda pintaba: un viejo enfermo al que le duele el Asia y del que todavía no sabemos el sexo. Ahora nos dicen que no es más que una bola hueca.
A parte de algunas novedades, las cosas no han cambiado mucho en estos cincuenta años. La televisión sigue siendo un bodrio con algunas excepciones. Los titulados huyen al vasto Extranjero y la amenaza nuclear no parece evanescerse jamás.
Como Felipito, siempre parece que estoy a punto de decir algo muy interesante; sin embargo, soy más de sentarme a ver la vida pasar. La pequeña Libertad se aferra a sus impertinencias para hacerse oír mientras, de vez en cuando, se tropieza con la lenta Burocracia.
No han de preocuparnos los fondos para nuestra jubilación si la Tierra es repoblada por la prole de unas cuantas Susanitas para las que le futuro perfecto del verbo “amar” es “hijitos”. Eso sí, tendremos que asumir la existencia de un capitalismo voraz en manos de ineptos Manolitos que venden pesetas a cambio de duros. Rectifico: céntimos a cambio de euros.
A veces, algún Miguelito se cuela en Intereconomía rememorando las hazañas que su abuelo le contó sobre algún dictador. Corrijo: héroe.
Y todos los cambios impuestos bajo una falsa pose de proteccionismo maternal nos asquean a muchos como a Mafaldita la sopa. Nos duele el odgullo, diría Guille.
Nati Montes Barqueros







LAS FUENTES
Cuando yo era enana, mi padre solía cogernos a mis hermanos y a mí (especialmente, los tres pequeños) y nos llevaba, cómo no, a Las Fuentes a llenar una bolsa de hojas secas o dar pan duro a los peces. Imagino que este recuerdo familiar puede ser común en muchos de vosotros. Creo que dos grandes acontecimientos de mi niñez fueron la comunión y el día que trajeron patos a Las Fuentes. Pena que un día me contaron lo del desequilibrio del ecosistema y todo eso.
Siendo ya crecidita, no faltaron ocasiones de echar merienda y llegar andando a Las Fuentes. El que más o el que menos tenía un par de amigos que sabían martillear la guitarra y deleitarnos con Nothing else matters y otros hits de los noventa. Especial mención al fin de fiesta de Santo Tomás en los años de instituto cuando nos merendábamos un bocadillo de calamares de La Esperanza.
Por supuesto que yo no, (mamá, no!), pero un buen caravaqueño, uno que se precie de serlo alguna vez habrá tenido que rendir homenaje a lo de “donde entran dos, salen tres”. Y sin llegar a esos placeres de la carne, no se me ocurre mayor momento de comunión interior que alcanzar las aguas de este pasaje, mojarse la nuca, la cara, los pies y terminar así una cálida tarde del mes de junio.
Nos hemos tumbado en la hierba, estirado los pies a la sombra de un plátano. Hemos callado y hemos charlado. Alcanzamos el Nacimiento en compañía de los amigos, de la familia o de la más absoluta de las soledades. Da igual entrar a las cuevas desde Mayrena o desde el Camino del Huerto. Da igual. Lo importante es que allí nos vemos.
Nati Montes Barqueros






MUJERCITAS
Pillé por casualidad el otro día el final de la versión cinematográfica de los noventa de MUJERCITAS, la novela femenina por excelencia. Una versión que le valió la nominación al Oscar a Winona Ryder y que tiene como Meg –la mayor de las hermanas- a una española –Trini Alvarado-. A parte de esto, mi adaptación favorita.
Debe  hacer unos veinte años que leí MUJERCITAS. Si lo pienso ahora, deduzco que podría ser en varias dimensiones una versión más americana –y, por ende, menos europea- de mi adorada ORGULLO Y PREJUICIO.  Las hermanas March, como las Bennet, no tienen un duro pero, al menos, les queda la posibilidad de algún día poderlo ganar o heredar, sin la lucha feroz de buscar un marido.
A parte del sentido práctico cabe destacar en ambas novelas la entrañable relación establecida entre las hermanas, a pesar de la disparidad de personalidades que cohabitan bajo el mismo techo; algo que remueve el corazón de las que, como yo, tenemos hermanas. Amén de la relación de amistad de Jo y Teddy.
Hay que agradecer a Louisa May Alcott su reivindicación feminista, una y otra vez vomitada en la boca de Jo (su alter-ego, creo); destacando la sentencia “Yo podría haber sido muchas cosas”; algo difícil de imaginar no ya en aquella sociedad, incluso en ésta.
No es la mejor novela del mundo; pero yo la leí con pocos años y capté el mensaje. Siempre pendientes de las grandes vidas, se nos suele olvidar la ejemplificación de otras más pequeñas y humildes. Si se me permite el ejemplo, veo más grandeza en Jo vendiendo su melena (su único encanto, en palabras de Amy) para que su madre pueda ir en socorro del padre herido en la guerra que en media docena de famosos apadrinando cualquier acción benéfica.
Nati Montes Barqueros





MEDALLITAS DE ORO
Cuesta trabajo frivolizar sobre lo que vemos en la tele con lo que nos está cayendo. Entiéndalo; sufro de ciertos problemas de atención y concentración. Tengo –convicción personal, no imposición- que evitar hablar de temas que nos arden en los ojos cada día a partir de las nueve. Intentaré pasar página.
De todas formas, la tele siempre está ahí; dispuesta a regodearse en su estupidez que es la nuestra. O no es la misma pantalla la que denuncia una generación a la que bautiza como “Ni-Ni” la que recompensa a analfabetos varios que cuanto más arrabaleros y peor cualificados están, más remuneradas nóminas tienen. Mientras personal docente, sanitario e investigador se lanza a la calle a clamar al cielo que, como siempre, mira a otro lado o lanza la pelota a otro tejado. Quién quiere sacrificarse a los 18 años en la abnegación que es una carrera universitaria ante este panorama.
Es la misma fuente de información la que habla de precariedad laboral, de millones de parados, de reformas laborales la que nos enseña un País de las Maravillas de gente que esquía en Baqueira y se inyecta bótox o un micrófono que pregunta a un señor engominado en la puerta de Gucci si se siente representado por los sindicatos. Mire usted: no.
Daré un último ejemplo. No habrán faltado las críticas catódicas a Karl Lagerfeld por decir que la cantante Adele está gorda. Me lo imagino –no lo sé-: presentadora rejuvenecida demonizando a este alemán frívolo que no ve más allá de sus narices. Otra cosa es contratar a una periodista sobradamente prepararada pero con un índice de masa corporal superior al 18 (límite del infrapeso).
No sé porque se empeñan en Francia en dejarnos en ridículo; en hacerlo nosotros mismos también somos medalla de oro. Sin dopping, claro.
Nati Montes Barqueros



CINEMA PARADISO
Hace unos años –bastantes- leí en una revista un artículo relacionado con el cine. Se mencionaba que el hecho de asistir al cine se había convertido entre los más jóvenes en un hábito de estatus. Era, entonces, una costumbre bastante extendida. Quizás, lo sigue siendo, desde luego. Pero las nuevas generaciones tienen otros divertimentos entre los que repartir su tiempo de ocio. Mención aparte, para las series.
Yo que entonces era exactamente lo mismo que soy ahora –una pueblerina mojigata, para qué negarlo- me llené de amor propio y de ese sentimiento de pertenecer a una generación que comparte algo. No sé si me explico. Los adolescentes de los 80 tuvieron La Movida; los de los 90, teníamos un millón de títulos en la cartelera.
Y eso que estábamos en la remota y fría Caravaca (punto de vista capitalino) y veíamos las películas dos meses después de su estreno, en el mejor de los casos. Pero teníamos Cine. Cada domingo, quedaba con mis amigas en el Daveli. Comprábamos el pertinente arsenal de golosinas en el Gosilandia y con un automatismo dominguero nos íbamos al pase de las 8 en el Thuiller. Muchas de esas veces, ignorantes de la película que íbamos a ver.
No hablemos de los programas del cine de verano cuando disfrutábamos de las películas galardonadas con los Óscars, de los mejores estrenos del cine español y, por supuesto, de la última película de Woody Allen. Se me vienen tantos títulos disfrutados en el fresco patio del Colegio Cervantes. Alguna vez lo critiqué. Ahora, lo echo de menos. No hablemos de lo que costaba un pase doble –que los había- porque en la Eurozona, sería irrisorio.
Quizás, algún día alguien refleje esa época. Un Cinema Paradiso caravaqueño. Presto mis memorias.
Nati Montes Barqueros