CINEMA PARADISO
Hace unos años
–bastantes- leí en una revista un artículo relacionado con el cine. Se
mencionaba que el hecho de asistir al cine se había convertido entre los más
jóvenes en un hábito de estatus. Era, entonces, una costumbre bastante extendida.
Quizás, lo sigue siendo, desde luego. Pero las nuevas generaciones tienen otros
divertimentos entre los que repartir su tiempo de ocio. Mención aparte, para
las series.
Yo que entonces era
exactamente lo mismo que soy ahora –una pueblerina mojigata, para qué negarlo-
me llené de amor propio y de ese sentimiento de pertenecer a una generación que
comparte algo. No sé si me explico. Los adolescentes de los 80 tuvieron La
Movida; los de los 90, teníamos un millón de títulos en la cartelera.
Y eso que estábamos en
la remota y fría Caravaca (punto de vista capitalino) y veíamos las películas
dos meses después de su estreno, en el mejor de los casos. Pero teníamos Cine.
Cada domingo, quedaba con mis amigas en el Daveli.
Comprábamos el pertinente arsenal de golosinas en el Gosilandia y con un automatismo dominguero nos íbamos al pase de
las 8 en el Thuiller. Muchas de esas
veces, ignorantes de la película que íbamos a ver.
No hablemos de los
programas del cine de verano cuando disfrutábamos de las películas galardonadas
con los Óscars, de los mejores estrenos del cine español y, por supuesto, de la
última película de Woody Allen. Se me vienen tantos títulos disfrutados en el
fresco patio del Colegio Cervantes. Alguna vez lo critiqué. Ahora, lo echo de
menos. No hablemos de lo que costaba un pase doble –que los había- porque en la
Eurozona, sería irrisorio.
Quizás, algún día
alguien refleje esa época. Un Cinema
Paradiso caravaqueño. Presto mis memorias.
Nati Montes Barqueros
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