lunes, 7 de mayo de 2012

CINEMA PARADISO
Hace unos años –bastantes- leí en una revista un artículo relacionado con el cine. Se mencionaba que el hecho de asistir al cine se había convertido entre los más jóvenes en un hábito de estatus. Era, entonces, una costumbre bastante extendida. Quizás, lo sigue siendo, desde luego. Pero las nuevas generaciones tienen otros divertimentos entre los que repartir su tiempo de ocio. Mención aparte, para las series.
Yo que entonces era exactamente lo mismo que soy ahora –una pueblerina mojigata, para qué negarlo- me llené de amor propio y de ese sentimiento de pertenecer a una generación que comparte algo. No sé si me explico. Los adolescentes de los 80 tuvieron La Movida; los de los 90, teníamos un millón de títulos en la cartelera.
Y eso que estábamos en la remota y fría Caravaca (punto de vista capitalino) y veíamos las películas dos meses después de su estreno, en el mejor de los casos. Pero teníamos Cine. Cada domingo, quedaba con mis amigas en el Daveli. Comprábamos el pertinente arsenal de golosinas en el Gosilandia y con un automatismo dominguero nos íbamos al pase de las 8 en el Thuiller. Muchas de esas veces, ignorantes de la película que íbamos a ver.
No hablemos de los programas del cine de verano cuando disfrutábamos de las películas galardonadas con los Óscars, de los mejores estrenos del cine español y, por supuesto, de la última película de Woody Allen. Se me vienen tantos títulos disfrutados en el fresco patio del Colegio Cervantes. Alguna vez lo critiqué. Ahora, lo echo de menos. No hablemos de lo que costaba un pase doble –que los había- porque en la Eurozona, sería irrisorio.
Quizás, algún día alguien refleje esa época. Un Cinema Paradiso caravaqueño. Presto mis memorias.
Nati Montes Barqueros

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