lunes, 7 de mayo de 2012


LAS FUENTES
Cuando yo era enana, mi padre solía cogernos a mis hermanos y a mí (especialmente, los tres pequeños) y nos llevaba, cómo no, a Las Fuentes a llenar una bolsa de hojas secas o dar pan duro a los peces. Imagino que este recuerdo familiar puede ser común en muchos de vosotros. Creo que dos grandes acontecimientos de mi niñez fueron la comunión y el día que trajeron patos a Las Fuentes. Pena que un día me contaron lo del desequilibrio del ecosistema y todo eso.
Siendo ya crecidita, no faltaron ocasiones de echar merienda y llegar andando a Las Fuentes. El que más o el que menos tenía un par de amigos que sabían martillear la guitarra y deleitarnos con Nothing else matters y otros hits de los noventa. Especial mención al fin de fiesta de Santo Tomás en los años de instituto cuando nos merendábamos un bocadillo de calamares de La Esperanza.
Por supuesto que yo no, (mamá, no!), pero un buen caravaqueño, uno que se precie de serlo alguna vez habrá tenido que rendir homenaje a lo de “donde entran dos, salen tres”. Y sin llegar a esos placeres de la carne, no se me ocurre mayor momento de comunión interior que alcanzar las aguas de este pasaje, mojarse la nuca, la cara, los pies y terminar así una cálida tarde del mes de junio.
Nos hemos tumbado en la hierba, estirado los pies a la sombra de un plátano. Hemos callado y hemos charlado. Alcanzamos el Nacimiento en compañía de los amigos, de la familia o de la más absoluta de las soledades. Da igual entrar a las cuevas desde Mayrena o desde el Camino del Huerto. Da igual. Lo importante es que allí nos vemos.
Nati Montes Barqueros





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