lunes, 22 de agosto de 2011

…ERA CON PENA…


Lo encontraron muerto y blanco como el papel en el lavabo del garito que solíamos frecuentar.
“Restos de narcóticos”, concluyó la autopsia. “Ketamina”. Y todos sabemos que alcohol también.
Su habitación pudo al fin ser penetrada por los que él había cerrado el paso (todos menos él).
Al levantar las persianas, el lugar se iluminó. La luz descubrió un desorden ordenado.
La pared del fondo estaba cubierta de fotos en blanco y negro.
La mayoría estaban tiradas desde la ventana (moderno James Stewart). A veces, me lo imagino subiendo la persiana lo justo; el diámetro del objetivo.
Son fotos de personajes de la calle: la señora y el carrito de la compra, el hombre calvo, la madre soltera, los niños que salen del colegio, el pastor alemán piojoso. Una chica bajo una ridícula pamela rosa…
También hay claroscuros del cuarto. Humo de un cigarro, un sombrero de gángster, una guitarra y una sombra en la pared.
Sobre una tabla horizontal que descansa sobre dos verticales (me imagino a un niño haciendo los deberes), crece una selva blanca. Son papeles. Algunos, partituras. Otros, dibujos o casi-dibujos. Humanoides, monigotes esquemáticos. Los círculos-cabeza miran hacia abajo. Nubes. Tabaco. Botellas.
Algunos papeles sirven de posavasos (o posabotellas) a un litro de cerveza a medio beber.
Bajo la cama, se encontraron las cosas dadas por perdidas. Era un cementerio de juguetes.
Una caja de zapatos contenía cincuenta y siete sobres cerrados. Todos timbrados. Sin nombre pero con dirección. Cartas nunca enviadas.
Hablaban de amor; de hecho, eran cartas de amor. Llenas de arrepentimiento, de guiños, de complicidad. De ganas de volver. La melodía de un móvil rompió el clímax del observador.
Cada carta terminaba igual que las demás: “Vístete de enfermera, corazón, que estoy malito”. El mismo encabezado todas: “Loca, loquísima”.
Todavía sonaba el vinilo. Se imponía al móvil. “Desolation Row”.
Oí a un hombre del pueblo decir: “Si tenía veinticinco, era con pena”.

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