A cualquiera
que se le pregunte por el tema, contestará que el sentido más evocador es el
olfato. A veces, abrazamos a alguien y reconocemos su olor o reconocemos su
perfume en el sudor de otra persona. Por poner un ejemplo. Hasta se dice que los
bebés ya identifican a sus madres a través de este instinto tan primario.
No sólo eso.
Los olores nos transportan a épocas que hemos dejado atrás, como no podía ser
de otra manera. Dice una amiga que una casa no era un hogar si no tenía su
botella de crema suavizante Natural y un frasco de Nenuco (o de S3, añadí yo).
De hecho, hace poco, siguiendo mis propios recortes, desestimé la compra del
acondicionador L’Óreal e invertí dos euros en crema Natural. Parece que acabo
de llegar a casa de pasar el sábado en la piscina municipal.
Yo recuerdo
estar a la orilla de la piscina y oler ese olor a bronceador de zanahoria o
coco que las chicas mayores se ponían sobre la espalda. Ahora, ese aroma se
llama “monoï”. Yo, que siempre fui un rostro
pálido, me conformaba con el factor de protección nueve mil de Vichy. Y,
aún así, volvía hecha una gamba.
Como cualquiera
en los ochenta, mi primera colonia fue Chispas, aunque un poco después la
cambié por todo un icono de aquella época: Don Algodón. Pocas son las que no la
usaron alguna vez. Hace poco deseché un frasco después de que todas mis amigas
me contaran recuerdos asociados a este aroma. Luego llegaría otro clásico:
Chanson d’eau (digna heredera de Eau Jeunne).
Por su parte,
los chicos se hacían mayores oliendo a Massimo Dutti o, más adelante, a
Sportmax. No es Chanel nº5 (o de cualquier número, como alguien dijo, metiendo
la pata), pero un anciano que huele a Varón Dandy nos hace parar y dar la
vuelta.
Nati Montes Barqueros
No hay comentarios:
Publicar un comentario