viernes, 8 de junio de 2012

PERJÚMENES


A cualquiera que se le pregunte por el tema, contestará que el sentido más evocador es el olfato. A veces, abrazamos a alguien y reconocemos su olor o reconocemos su perfume en el sudor de otra persona. Por poner un ejemplo. Hasta se dice que los bebés ya identifican a sus madres a través de este instinto tan primario.
No sólo eso. Los olores nos transportan a épocas que hemos dejado atrás, como no podía ser de otra manera. Dice una amiga que una casa no era un hogar si no tenía su botella de crema suavizante Natural y un frasco de Nenuco (o de S3, añadí yo). De hecho, hace poco, siguiendo mis propios recortes, desestimé la compra del acondicionador L’Óreal e invertí dos euros en crema Natural. Parece que acabo de llegar a casa de pasar el sábado en la piscina municipal.
Yo recuerdo estar a la orilla de la piscina y oler ese olor a bronceador de zanahoria o coco que las chicas mayores se ponían sobre la espalda. Ahora, ese aroma se llama “monoï”. Yo, que siempre fui un rostro pálido, me conformaba con el factor de protección nueve mil de Vichy. Y, aún así, volvía hecha una gamba.
Como cualquiera en los ochenta, mi primera colonia fue Chispas, aunque un poco después la cambié por todo un icono de aquella época: Don Algodón. Pocas son las que no la usaron alguna vez. Hace poco deseché un frasco después de que todas mis amigas me contaran recuerdos asociados a este aroma. Luego llegaría otro clásico: Chanson d’eau (digna heredera de Eau Jeunne).
Por su parte, los chicos se hacían mayores oliendo a Massimo Dutti o, más adelante, a Sportmax. No es Chanel nº5 (o de cualquier número, como alguien dijo, metiendo la pata), pero un anciano que huele a Varón Dandy nos hace parar y dar la vuelta.
Nati Montes Barqueros

No hay comentarios:

Publicar un comentario