viernes, 2 de septiembre de 2011

BARCO DE VAPOR


Casi por inercia, todas las generaciones nos creemos mejor preparadas que las que nos suceden. Comparándonos con nuestros menores, tendemos al terrible pecado de la soberbia y al complejo de superioridad. La única expiación posible es que, como miembros a nuestra vez de una generación menor que otras, también hemos sido víctimas de tan errónea comparación. Esto se verifica, además, como error cuando las estadísticas siguen diciendo que se compran más libros de los géneros infantil y juvenil que de todos los demás.
Un columnista de renombre dijo una vez (lo voy a parafrasear, no a citar textualmente) que no haber leído El Conde de Montecristo era de ser un idiota (eufemismo). Obviamente, esa noche no dormí hasta que acabe una edición de bolsillo de esta novela que pululaba por mi habitación.
Y es que aunque hay clásicos de la novela juvenil que son imprescindibles y decirlo es de una simpleza que hasta desluce lo ya deslucido entre mis palabras, mis contemporáneos estarán conmigo cuando digo que los grandes títulos de nuestra niñez nos los dio la colección “El Barco de Vapor”.
Me propongo hablar de memoria, por eso perdonen el desliz de no recordar autores. El primer libro –en serio- que leí en mi vida fue una recopilación de cuentos que se llamaba El gato Mog. Utilizar los pretéritos no es accidental; he buscado este libro –lo dejé hace años y no sé a quién- y en la actualidad está descatalogado. Eran historias tan imaginativas y bien narradas que actuaban en mi mente como potentes lisérgicos. Porque la literatura es –o debe ser- una hormona de la imaginación.
En el género epistolar, me introduje gracias a Querida abuelita, tu Susi. Lo que pasa es que las cartas que esta niña le escribía a su abuela a mi me llenaban de una extraña pena que ahora reconozco como sana envidia. Y es que nada he echado más de menos en mi vida que tener una abuela. Por eso comprendía a la perfección a la protagonista de Abuelita Opalina, que se inventó una abuela con las virtudes de todas las de sus amigas.
 “El Barco de Vapor” publica los libros infantiles gracias a los cuales comprendemos los libros que leemos de mayores. Muchos nos inicializamos en la novela humorística (e histórica, por qué no) con la saga de Fray Perico y creo que mi primer libro de autoayuda fue Un lugar para Katrin, donde una niña transformaba un gran complejo en un arma de comunicación con los muñecos de sus vecinos.
Nunca serán considerados títulos indispensables, pero a esta modesta lectora le inyectaron la adrenalina de la lectura. Ojalá esto siga ocurriendo con otros niños. Ah, y si alguna vez dan con El gato Mog, cómprenmelo. Ya les daré yo el dinero.

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